Cuando decidimos estudiar la Palabra de Dios, permitiendo que sea el texto quien hable, sin pretender interpretarlo, se puede gustar de la gloria de las Escrituras.
Y este pasaje requiere eso: que dejemos a un lado cualquier predisposición con la que podamos venir a esta porción bíblica. Sobre todo, porque es un texto muy conocido por todos. “Resistir la tentación”. ¿Será este el tema de Mateo 4? Al parecer la eficacia de la Palabra de Dios y el deleite que haya Jesucristo en ella, lo lleva a salir victorioso de la tentación. Y entonces decimos: “¡Así debemos responder a la tentación!” Y entonces, viene la tentación, y caemos.
¿Dónde quedó la eficacia de la Escritura? Todos los días, a cada instante, somos objeto de tentación. Satanás y sus huestes están haciendo su trabajo: tentar. No pecar, sino tentar. Nosotros somos los pecadores; el diablo es el tentador. Pero entonces, vemos en retrospectiva nuestro día, nuestra semana, y el pecado fue inevitable.
“Si Cristo pudo vencer la tentación, ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo?” ¿Qué sucede? ¿Cómo lo logró Jesús? Mis hermanos, esta no es la pregunta correcta. La pregunta es: ¿Por qué lo logró Jesús?